Papá partió a mejor vida el domingo 18 de octubre, día de la madre y mi cumpleaños número 31. Yo llegué de Madrid el 16 de octubre. Lo habían internado el 5 con una neumonía y se negaba a que yo viajara porque "estaban a punto de darle el alta".
No había manera de explicarle que yo igual iba a venir a visitarlo en Diciembre, él seguía repitiendo que quería que viniera en Diciembre y fuéramos de viaje a algún lado, mejor si era Panamá. Yo por ende le creía que no estaba tan mal; estábamos acostumbrados a que lo hospitalizaran y saliera vivito y coleando. Entraba y salía de terapia como si nada.
Aunque normalmente, por la complejidad de su enfermedad (Inmunodeficiencia Común Variable), teníamos que perseguir a los médicos para que le hicieran estudios y descubrieran qué bicho tenía atacándole su cuerpecito, esta vez me enteré de que le hicieron muchas pruebas ellos solitos, punción lumbar incluida. Mmm... me olió a mal asunto, así que cuando mi mamá me llamó diciendo que a ella también, compré un pasaje de avión para el día siguiente y me dediqué a trabajar non stop toda la noche para dejar las cosas mínimamente en orden en Madrid.
Al despuntar el alba siguiente seguí trabajando agotada, y me escapé a última hora a comprarle una wii, la consola de juegos de Nintendo que hacía rato quería regalarle para que disfrutara los miércoles cada 21 días, cuando su enfermero, el fiel e infaltable Fernando, le pasara por goteo la gamaglobulina, es decir, su gasolina, durante 4 horas.
Metí en la maleta el sapo gaudiano de trencadís que le había comprado (no en Barcelona, extrañamente, sino en Toledo), la Virgencita de Fátima (regalo de Caro y Laurita) y la vela de la Virgen de Lourdes (regalo de Sabine), y partí para mi casa cordobesa. Escala en Ezeiza de 5 horas donde leí impaciente un libro tonto de los que "uso" para distraerme cuando necesito.
Llegué el viernes al mediodía a mi querida Cordobita. Mi hermano me buscó en el aeropuerto y fuimos directo al hospital. Papá estaba un poco hinchado y con edema en las piernas, pero en general estaba bien, más bien, parecía estarlo. El fiel Fernando estaba de visita cuando llegué y fue un torbellino de alegría. Me lo encontré sensible a mi viejo, tal vez sabiendo cosas que yo no, pronosticando que el principio de ese fin se acercaba. Alcancé a contarle los avances del Hub, además de mis últimos viajes y aventuras del otro lado del charco. Me contó sus planes y proyectos, que no eran pocos.
Paralelamente los descubrimientos médicos habían ido en aumento; tenía afecciones que a cualquier ser humano no le causan mucho problema, pero a un inmunodeficiente sí: candidiasis y citomegalovirus. La neumonía inicial no era más que un rasguño comparado con todo esto, que requiere fuertes medicamentos que atacan al hígado y al riñón, ya de por sí comprometidos.
El relato que sigue no es nada agradable y me hubiese gustado pensar que leía uno de los cuentos que solía contar Casciari en Orsai en lugar de estar viviendo esa pesadilla familiar surrealista. De hecho, una vez él contó un cuento en su blog sobre la anticipación de la muerte de su padre y la sensación de levantarse con ese miedo para los que vivimos con una pierna a cada lado del charco. Yo le hice un comentario largo y sentido en aquella oportunidad. Era mi peor pesadilla.
La familia de gérmenes (o bacterias? o es lo mismo?) gram negativa fue la última invasión a su cuerpito debilitado, lo que lo llevó a terapia intensiva. Por eso al relato del último día con él me lo guardo para mí y sólo una persona más.
Lo que sigue fueron sucesivos sucesos encadenados: visitarlo en terapia dos veces al día, llamar a un sacerdote para que le diera la extrema unción, expresarle todo el amor posible, acompañarlo en su dolor, recibir la llamada del hospital comunicando un paro cardíaco y la imposiblidad de reanimarlo, rezar por su paz y su cielo, volver al hospital, buscar su ropa, vestirlo, elegir la casa de velatorio, arreglar los trámites pertinentes, decidir si enterrarlo o cremarlo, fijar las horas, la sequedad de los lagrimales después de 24 horas, el cansancio extremo y la imposiblidad de dormir pese a ello, levantarse y velarlo muchas horas, tener un arrebato homicida con uno de los padres que dió el responso (que a pesar de conocerlo desde pequeño por su fortaleza, bondad y generosidad soltó una frase del tipo "todos sabemos que nacho era bueno, pero con la bondad no basta para entrar en las puertas del cielo"), escuchar las palabras reconfortantes del otro cura que era su amigo, recibir las palabras de aliento de muchos (conocidos y desconocidos), emocionarse con pacientes que lo vinieron a "visitar" y muchos de sus llamados, el cansancio de recibir llamados y tener que explicar todo otra vez, el hartazgo que te hace apagar todos los teléfonos y encender el contestador, el acompañamiento familiar, el "animarnos" a poner una canción de gospel que le fascinaba porque ese era su deseo en ese momento, las palabras de su mejor amigo en el último adios, los vómitos y la fiebre del día posterior y el querer que el mundo se pare un ratito aunque sea porque lo que está pasando te da vértigo.
Los trámites que hubo que hacer después fueron una pesadilla. Sería lo mejor de todo este relato, pero creo que lo cuento otro día. Sólo diré que el paro de algunos trabajadores de CPCs y Registro Civil no ayuda. Que el policía se te ría cuando le pedís hacer un acta de convivencia que la Caja de Médicos te pide para tramitar el subsidio por fallecimiento, tampoco. Tener que ir y buscar sus chaquetillas, estetoscopio a su lugar de trabajo, a la vez que pensar qué hacer con los muebles de su consultorio y sus libros, menos.
Mi mamá lo extraña, mi hermano lo extraña, sus pacientes lo extrañan, sus amigos lo extrañan, la gran familia lo extraña y yo lo extraño. Nos queda su bondad, su infinita paciencia, su fortaleza ante la enfermedad sin perder su buen humor ni quejarse, su entrega y actitud de servicio a los demás, el amor ilimitado que nos dió a todos, su afición a las compras (mamá es la ahorrativa de la casa), los autos y a las series como CSI. Esa bondad pura que creo que sí alcanza para que te abran las puertas del cielo.
Me quedo con las ganas de vivir muchas cosas, entre ellas el día en que finalmente abramos las puertas del Hub, el día en que decida casarme si es que lo hago, el día que tenga un hijo y quiera preguntarle mil millones de cosas estúpidas a mi papá médico con sólo levantar el teléfono para que él me responda que todo se cura con la cremita Quadriderm (o Diprogenta!) como cuando nosotros éramos chicos... "There was a crack in the planet" dijo Adam Sandler en Spanglish... "That was noisy. There is an actual noise in my head. No kidding".
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